Más allá de los genes: ¿Es posible preservar la salud cerebral a lo largo del ciclo vital?

Luz Neira Ramirez B.

2/14/20253 min read

El cerebro es un órgano fascinante y, metabólicamente, el más activo del cuerpo humano. Aun cuando representa solo el 2% del peso corporal, consume más del 20% de la energía total del organismo, reflejando su enorme demanda funcional. Este órgano extraordinario no solo coordina procesos cognitivos, emocionales, conductuales, motores y sensoriales, sino que también regula funciones autónomas vitales como la respiración, la digestión y el ritmo cardíaco. A través de sus complejas redes neuronales, el cerebro interpreta constantemente el entorno, genera respuestas precisas a los estímulos y se adapta dinámicamente a las variaciones del ambiente. Esta capacidad de adaptación asegura la homeostasis interna y permite una interacción eficaz y armónica con el medio externo, consolidando su papel como el centro de control más sofisticado del cuerpo humano.
Si bien las estructuras del cerebro están presentes desde el nacimiento, su desarrollo es un proceso continuo que se extiende a lo largo de la infancia, la adolescencia e incluso la adultez. Esto se debe a la plasticidad cerebral, una capacidad excepcional que permite al cerebro adaptarse, reorganizar sus conexiones neuronales y formar nuevas sinapsis. Estos procesos son esenciales para funciones como el aprendizaje, la memoria y la capacidad de enfrentar los retos del entorno cambiante.
Para que el cerebro funcione de manera óptima, sus procesos cognitivos deben estar coordinados y operar en sinergia. Esta interacción es determinante para el desempeño cognitivo y la homeostasis general del organismo. Por lo tanto, preservar un cerebro saludable es fundamental para para garantizar una vida autónoma, funcional y con calidad, promoviendo no solo la independencia en las actividades de la vida diaria, sino también el bienestar integral y la longevidad activa.
Sin embargo, el acelerado ritmo de vida actual, sumado al estilo de vida y los sesgos cognitivos, ha favorecido el incremento del deterioro cognitivo y ha propiciado trastornos neurodegenerativos, como la demencia tipo Alzheimer. Estas condiciones, que impactan de manera progresiva las funciones cognitivas, no solo afectan de manera significativa el bienestar y la calidad de vida de quienes la padecen, sino que también representan una carga emocional, social y económica considerable para las familias, los cuidadores y los sistemas de salud.
Las alteraciones en la función cognitiva, al igual que las enfermedades crónicas no transmisibles, tienen un origen multifactorial determinado por factores demográficos, genéticos y ambientales. En este contexto, la epigenética adquiere especial relevancia, evidenciando que, si bien puede existir una predisposición genética, las enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer también están moduladas por factores exógenos, como el entorno y el estilo de vida, los cuales regulan la expresión génica a través de mecanismos epigenéticos¹. La adopción de hábitos saludables, como una alimentación equilibrada, la práctica regular de ejercicio físico, la estimulación cognitiva, el manejo adecuado del estrés, la regulación emocional, las relaciones sociales saludables, un sueño reparador, el control de comorbilidades como diabetes, hipertensión y obesidad, así como la evitación de sustancias neurotóxicas, resulta indispensable para preservar y optimizar la función cerebral a lo largo del ciclo vital.
El cuidado de la salud cerebral es esencial a lo largo de todas las etapas de la vida, ya que garantiza un adecuado funcionamiento cognitivo y emocional. No obstante, adquiere una importancia aún mayor en la adultez y la vejez, momentos en los que el cerebro enfrenta desafíos asociados al envejecimiento natural y al riesgo incrementado de deterioro cognitivo y trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer.
Esta patología, que actualmente afecta a más de 50 millones de personas en todo el mundo, se caracteriza por una acumulación progresiva de placas de proteína β-amiloide y ovillos de proteína Tau en el cerebro. Estas anomalías provocan alteraciones en la transmisión sináptica, lo que conduce a la degeneración neuronal y a un daño en las estructuras cerebrales responsables de funciones cognitivas. La prevalencia de la enfermedad sigue en aumento, y su progresión es insidiosa y de inicio lento, con síntomas que pueden pasar desapercibidos durante décadas. Este curso clínico gradual dificulta la detección temprana, lo que resalta la importancia de implementar intervenciones oportunas que puedan prevenir su aparición o mitigar su avance.
Desde esta perspectiva, y tal como lo destaca el Neurólogo Dr. Perlmutter: “Nuestras elecciones de vida tienen un impacto profundo en nuestra salud cerebral; los cambios de estilo de vida que realicemos son fundamentales para mantener nuestro cerebro saludable y vibrante, al tiempo que se disminuye de manera sustancial el riesgo de padecer en el futuro alguna enfermedad neurológica debilitante”². Por ello resulta imprescindible adoptar estrategias orientadas a la neuroprotección y a la conservación de las capacidades cognitivas.
En consecuencia, el libro Cerebro Saludablemente Funcional, ha sido concebido como una herramienta integral, basada en hábitos y estrategias respaldadas por la evidencia científica, que promueven la optimización y preservación de la salud cognitiva en todas las etapas de la vida. Su objetivo es reducir el riesgo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas, como la enfermedad de Alzheimer, mediante enfoques preventivos y terapéuticos que favorezcan la salud cerebral y el bienestar general.